Historias mágicas/El Gran Lafayette

Sigmund Ignatius Neuberger, posteriormente conocido como El Gran Lafayette nació en el seno de una familia judía en Munich, Alemania, el 24 de febrero de 1872. La clave principal del éxito de Lafayette estaba en su espectacularidad. Era un artista que pensaba en grande. Su número era rico en vestuario y escenografía. Sus trucos e ilusiones eran grandes y fastuosas y tenía muchos ayudantes en escena. Cierto día, ejecutó uno de sus mejores efectos: La novia del león. Un feroz león de carne y hueso ruge en una jaula, se alza sobre sus patas traseras y amenaza con saltar sobre una mujer. Cuando está a punto de despedazarla, resulta ser el mismísimo Lafayette que se despoja de una piel y una cabeza de león. El efecto es impresionante, pero su desconsuelo también. El gran león vivo, le evoca a su perro “Beauty” que acababa de morir hacía un par de semanas. Como el león, el perro era un verdadero “partenaire” en su espectáculo. Intervenía en numerosos efectos. A diferencia del león, su perro “Beauty” era un compañero en la vida. Desde que se lo regaló Harry Houdini, no se había separado de él hasta el punto de convertirse en lo más importante de su vida. Lafayette también pasó a la historia de las citas por haber creado la famosa sentencia: «Cuando más conozco a los hombres, más quiero a mi perro». 
El numero estrella de Lafayette era uno en el que aparecía en escena con un traje rojo intenso y cubierto con una gran capa negra. Se envolvía en mitad del escenario con su capa, dejando ver en un lateral de la capa un revolver. Se escuchaba un disparo y la capa y el revólver caían al suelo, pero Lafayette no estaba, había desaparecido. Unos segundos después, un foco iluminaba una jaula de cristal suspendida a 20 metros de altura sobre el escenario. Dentro de la jaula se encontraba el mago. Era imposible que en tan poco tiempo hubiese podido llegar allí. Para hacer este efecto, claro está, Lafayette necesitaba un doble. Nadie, salvo el mago, conocía la existencia de ese doble. Un día, durante la función, entre bastidores cayó una lámpara. Se prendió el telón de fondo, y el fuego se extendió hasta donde estaban los animales con los que realizaba sus números. Lafayette acudió de inmediato y trató de salvarlos. Se cubrió con la capa y atravesó las llamas. Fueron muchos los que pudieron ver como su rojo uniforme se incendiaba y el cuerpo del mago se convertía en una antorcha humana. Unos segundos después, todos vieron como Lafayette reaparecía atravesando las llamas. En realidad era el doble que escapaba desde el fondo donde había permanecido escondido, pero los presentes pensaban que era otro prodigio del Gran Lafayette. Aquel hombre aseguraba que él no era Lafayette, pero nadie le creía, pues pensaban que la gran pérdida económica que le había supuesto el incendio le había hecho perder la cabeza. Fue internado en un psiquiátrico, y hasta el final de sus días unos meses más tarde, seguía insistiendo en que él no era Lafayette.